Tribuna

Un futuro incierto

En 1860 ante la escasez mundial de marfil, la empresa americana Phelen & Collander ofreció un gran premio para aquel que lograra sustituir los colmillos de elefantes en la fabricación de bolas de billar y teclas de piano por otro material de igual dureza y resistencia

El premio se lo llevó John Wesley Hyatt que inventó el celuloide y que fue el inicio de lo que posteriormente sería el plástico.

Seguramente, este invento supuso un punto de inflexión para solventar el grave problema de abastecimiento de un recurso que acarreaba la muerte y casi desaparición de una especie de mamíferos que en el último siglo se ha reducido considerablemente al pasar de 12 millones de elefantes a 400.000 ejemplares que hay en la actualidad.

Por este motivo, la invención del plástico puede considerarse uno de los grandes avances de la humanidad que le hace único por sus propiedades y características. Es fácilmente moldeable, impermeable, con una baja conductividad eléctrica y un coste barato de producción que permite abastecer sin problema una alta demanda. Pero también, se trata de un material resistente a la corrosión que, a lo largo de sus más de 150 años de vida, ha inundado el planeta sin que, en ningún momento, se planteara limitar su ciclo de vida y su posterior, reciclaje.

Así, la vida marina se enfrenta al daño irreparable por los millones de toneladas de desechos de plástico que llegan desde el río a nuestros mares y océanos. Según datos extraídos del Ministerio para la Transición Ecológica el Gobierno de España, entre el 80 y el 85 % de la basura marina son residuos plásticos que se van acumulando en islas de desechos sin que se plantee una solución drástica ante tal devastación. Cada año producimos 300 millones de toneladas de residuos de plásticos lo que casi equivale al peso de toda la población humana.

Y todo esto ocurre ante la impasividad de nuestra sociedad y a la falta de determinación de los gobiernos

Claro ejemplo de ello es la lentitud en la trasposición de la Directiva 2019/904 de 5 de junio de 2019 relativa a la reducción del impacto de determinados productos en el medio ambiente que tenía como límite para los Estados el 3 de julio de 2021. A pesar de tener en España un Ministerio creado ad hoc y una Ley aprobada por el Consejo de ministros el 18 de mayo de este año de residuos y suelos contaminados, su tramitación parlamentaria se encuentra todavía lejos de la exigencia europea y no será hasta después del verano que se inicie la fase de ponencia con los sectores afectados por lo que no se prevé que esté aprobada hasta la primavera de 2022.

Mientras tanto, la incertidumbre en productores y consumidores se acrecienta sin que se deslumbren soluciones y ayudas a la innovación para la sustitución paulatina y reciclaje de este material pues, las prohibiciones de venta de plástico de un solo uso ya son efectivas y de directa aplicación desde este mes de julio y, por lo tanto, también lo son las multas que acarrea. Este incumplimiento se suma a los más de 20 expedientes de infracción por retraso en la trasposición de directivas que tiene España encabezando el número de infracciones medioambientales entre los países europeos.
La acción humana nos ha llevado hasta aquí pero también es la única que puede sacarnos de esta paupérrima situación. Nuestros políticos deben ejercer con responsabilidad su cometido. Tenemos la oportunidad de ampliar el ámbito de aplicación de la Directiva y legislar a nivel estatal incluyendo también soluciones concretas al grave problema para la salud humana y animal en la proliferación de los microplásticos.

Nunca es demasiado tarde. Somos los guardianes de nuestro Planeta, de nuestra especie y el referente de las generaciones venideras en el cuidado exquisito de lo que nos hace únicos: la sostenibilidad de nuestra riqueza marina, acuífera y medioambiental como fuente de prosperidad y avance social. Cuando protegemos nuestro entorno, protegemos la salud y la continuidad de nuestra especie. Este cometido debe ser urgente, prioritario y transversal para los Gobiernos.

Belén Marrón, profesora de EAE Business School

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