Soberanía, calidad y sostenibilidad de los sistemas agroalimentarios: ¿un equilibrio imposible Mathilde Moulin, Crédit Mutuel Asset Management
El sector agroalimentario, en el centro de los ODS, debe responder simultáneamente a varios requisitos:
- producir lo suficiente para alimentar a una población mundial en constante crecimiento
 - protege la biodiversidad y
 - garantizar productos de calidad y nutritivos
 
Sin embargo, ¿son realmente conciliables estos objetivos o se trata de un equilibrio imposible de alcanzar? Para afrontar este triple desafío —cantidad, calidad y sostenibilidad— se requiere una transformación profunda del sector agroalimentario.
Un sector bajo presión: entre la dependencia, la tensión y la necesidad de transformación
El sector agroalimentario depende profundamente de la naturaleza y, al mismo tiempo, contribuye en parte a su deterioro.
Su funcionamiento se basa en recursos naturales frágiles y cada vez más amenazados, como el acceso al agua, la estabilidad climática y la calidad del suelo.
Paralelamente, los fenómenos meteorológicos extremos —sequías, inundaciones, olas de calor, huracanes, entre otros— se multiplican y pueden, por ejemplo, interrumpir cosechas y debilitar las cadenas de suministro (un ejemplo revelador de esta dependencia fue la escasez de mostaza en los supermercados en 2022, consecuencia directa de la sequía del verano de 2021 que redujo a la mitad la producción de semillas de mostaza en Canadá, uno de los principales exportadores mundiales).
El sector representa por sí solo:
- un tercio de las emisiones globales de GEI
 - 70 % de las extracciones de agua dulce y
 - 80 % de la pérdida de biodiversidad
 
Un tercio de las tierras agrícolas está moderada o gravemente degradado, lo que provoca una caída en su rendimiento.
Sin embargo, en un mundo de recursos limitados, la producción agrícola deberá aumentar un 70 % de aquí a 2050 para alimentar a una población estimada de entre 9.000 y 10.000 millones de personas. La agricultura intensiva, durante mucho tiempo considerada la única solución para acompañar el crecimiento demográfico, empieza a mostrar sus límites.
La necesidad de repensar los modelos de producción se ve reforzada por la aparición de nuevas expectativas sociales. Los consumidores, sacudidos por diversos escándalos alimentarios (carne de caballo, leche contaminada, etc.) y cada vez más conscientes del impacto de su dieta en la salud, exigen productos sanos, de calidad, locales, mínimamente procesados y respetuosos con el medio ambiente.
Múltiples soluciones para una transformación sistémica
Ante estos desafíos, resulta imprescindible una transformación profunda de los sistemas de procesamiento agroalimentario. Para que sea eficaz, debe ser multifacética y capaz de movilizar a todos los actores de la cadena de valor.
La innovación tecnológica y agronómica ofrece palancas poderosas para optimizar las prácticas agrícolas y mejorar la seguridad alimentaria.
- Agricultura de precisión: reducir el uso de insumos (fertilizantes, pesticidas, etc.) y agua, manteniendo los niveles de producción y rendimiento.
 
Por ejemplo, los pulverizadores inteligentes, equipados con algoritmos de aprendizaje automático, ya son capaces de reconocer malas hierbas, lo que reduce drásticamente el uso de productos químicos.
- Biotecnologías también desempeñan un papel clave, al ofrecer soluciones biológicas para la protección de cultivos o micronutrientes para enriquecer el suelo.
 
Los avances en genómica —especialmente mediante la técnica CRISPR-Cas9— allanan el camino para la mejora selectiva de las semillas, calidad nutricional y resiliencia frente a fenómenos climáticos extremos.
- IoT. Nuevas oportunidades para el control de la seguridad alimentaria.
 
Ya es posible controlar y analizar la calidad de los alimentos en tiempo real mediante sensores conectados que transmiten datos continuos sobre temperatura, humedad y grado de maduración.
Sin embargo, la innovación por sí sola no es suficiente; las propias prácticas agrícolas deben ser replanteadas para corregir las deficiencias de la agricultura intensiva.
La agricultura regenerativa, basada en técnicas como la rotación de cultivos, la agroforestería, la cobertura vegetal, la agricultura sin labranza o los sistemas mixtos de cultivo y ganadería, respeta mejor la biodiversidad, mejora la fertilidad del suelo y la captura de carbono, y refuerza la resiliencia de los sistemas agrícolas frente a las catástrofes climáticas.
En el otro extremo de la cadena de valor, también es necesario replantear los modelos de negocio tradicionales de las empresas agroalimentarias. Estas deben reformular sus productos (reduciendo sal, azúcar, grasas o aditivos) y ofrecer soluciones de nutrición especializada que impacten positivamente en la salud y el bienestar. Además, deben implementar programas de Responsabilidad Social Corporativa (RSC) sólidos y holísticos para reducir el impacto ambiental, garantizar la seguridad alimentaria, sensibilizar a los consumidores en la lucha contra el desperdicio y fomentar un consumo más responsable.
Finalmente, la política pública desempeña un papel clave mediante el apoyo a la investigación agronómica, los subsidios para la transición agroecológica, la regulación de las prácticas industriales y la educación del consumidor.
Barreras persistentes que deben superarse
El sector agroalimentario tiene el potencial de transformarse y afrontar el triple desafío de cantidad, calidad y sostenibilidad. Sin embargo, persisten varios obstáculos estructurales.
El primer reto radica en el coste y la aceptación social. Aunque los productos procedentes de cadenas de suministro sostenibles son cada vez más accesibles, sus precios más elevados siguen siendo una barrera para muchos consumidores. Esta reticencia afecta a la demanda y ralentiza la inversión de los agentes económicos en prácticas más virtuosas.
Otro gran obstáculo es el acceso limitado a tecnologías innovadoras. En muchas regiones, especialmente en zonas rurales y países en desarrollo, los agricultores carecen tanto de recursos financieros como de formación adecuada para adoptar tecnologías avanzadas que podrían mejorar la productividad y reducir el impacto ambiental. Los mercados agrícolas fragmentados complican aún más la ampliación de soluciones sostenibles. Las cadenas de valor suelen ser complejas y abarcan múltiples actores, lo que dificulta la generalización de prácticas más responsables.
Por último, la falta de coordinación entre los distintos actores (públicos, privados, sin ánimo de lucro y financieros) ralentiza la dinámica de transformación. Sin una gobernanza compartida y unos incentivos claros, las iniciativas siguen siendo demasiado aisladas y de alcance limitado.
Un modelo agroecológico que concilie la producción alimentaria, la protección medioambiental y la calidad de los productos es alcanzable. No obstante, su implementación exige una inversión significativa, un firme compromiso político y una acción colectiva y coordinada. Una vez lograda la transición, el sector agroalimentario —tradicionalmente percibido como parte del problema— podría convertirse en parte de la solución y en un actor clave para afrontar los grandes desafíos medioambientales y sociales del mundo contemporáneo.
