Chaime Marcuello, GESES-Universidad de Zaragoza

Juan Royo Abenia

Casi tres lustros de RSC

Chaime MarcuelloHan pasado casi tres lustros desde que la Comisión Europea lanzase en julio de 2001 el libro verde Fomentar un marco europeo para la Responsabilidad Social de las Empresas. Aquella iniciativa se incardinaba en el contexto de la estrategia de Lisboa 2010. Eran tiempos para soñar, cargados de optimismo y buenos propósitos. Muy lejos de cualquier atisbo de la crisis que después estalló en el año 2008 y cuyos efectos seguimos arrastrando. Eran propuestas que daban por bueno el sistema, sólo faltaba un plus de «responsabilidad» para conseguir ser la economía más competitiva del planeta. Se pretendía rizar el rizo, esto es: alcanzar los primeros puestos de la economía mundial compitiendo, pero utilizando la solidaridad como palanca central.

Entonces la Comisión descubría un mundo, lleno de antecedentes donde ponía a las empresas de la Unión Europea ante el reto de responder de manera correcta ante el medioambiente y ante la sociedad. ¡Vaya descubrimiento! Se podría decir. Acababan de encontrar la dimensión social y medioambiental de las empresas. Eso que siempre ha estado ahí, pero que no siempre se considera central en la cosmología de muchos economistas, consultores y empresarios.

Los expertos en rendición de cuentas acuñaron aquello de la Triple Bottom Line, que dicho en inglés sonaba y suena más «cool» que si dices el triple balance de resultados. Una empresa tiene que rendir en términos económicos, pero junto al beneficio económico o monetario tradicional también hay que evaluar sus efectos en el medio natural y en el social. La contabilidad de final del ejercicio no sólo ha de contar el dinero, tiene que incluir el balance global de resultados.

El porqué y las razones para ello eran y siguen siendo obvias. Aunque no para todo el mundo. Pues son más de uno quienes consideran que una cuenta de resultados con muchas cifras merece la pena aunque se contamine, se explote o se engañe. No es tan fácil entender que es mejor vivir en un mundo donde mis usos y costumbres no hacen daño a otros que su contrario. Porque tampoco es tan fácil de percibir los efectos encadenados que tienen nuestras decisiones.

Cabría hacer un recuento de qué ha pasado en estos años desde aquella apuesta de la Comisión. Revisar los documentos elaborados, las reuniones de alto nivel y de todo tipo que se celebraron. Los encuentros, las presiones, las luchas y los pactos que se desplegaron en este tiempo. Pero no es éste el lugar donde releer ni la comunicación de la Comisión de 2002 relativa a la Responsabilidad Social de las Empresas: una contribución empresarial al desarrollo sostenible, ni seguir en esta senda de análisis. Es una tarea a retomar, pero para otro momento.

Chaime MarcuelloAquí sólo me detendré en dos aspectos. El primero. No se ha resuelto de manera clara el debate entreobligación y voluntariedad. Es decir, entre quienes consideran que tiene que haber una intervención gubernamental que legisle en materia de Responsabilidad Social Corporativa, —haciendo que esté claramente regulada y delimitada en sus mecanismos de obligada aplicación— frente a quienes apuestan por la absoluta voluntariedad de cualquier iniciativa de una empresa en este campo. Desde mi modesto punto de vista, me inclino por un punto intermedio donde las administraciones públicas solamente regulen y vigilen con claridad los mecanismos de rendición de cuentas, con procesos claros de información a la sociedad. El resto se debe dejar en manos de la libre gestión de las empresas dentro del marco legal establecido. Cada quien que haga lo que quiera… Pero que cumpla con rigor la legislación enmateria laboral, en lo que afecta al medioambiente o a las prácticas de mercado. Buenas leyes, cuantas menos mejor, pero que se cumplan y hagan cumplir.

El segundo aspecto tiene un carácter ligado tanto a la gestión de las empresas como al ejercicio del rol ciudadano/consumidor que cualquiera tiene en sus manos. Desde mi punto de vista el impulso a las políticas tanto de las administraciones como de las propias empresas en materia de Responsabilidad Social nos descubren como elemento central que las decisiones privadas tienen consecuencias públicas. Éste es el pilar sobre el que se construye el resto del edificio.

Mis decisiones afectan a mí y a mi entorno. Esa mirada sobre los efectos que producen mis pautas de consumo, las formas con las que decido moverme en la ciudad, las comidas y bebidas que estoy dispuesto a ingerir —y por tanto a comprar— generan las lógicas que mueven el mercado desde el lado de la demanda. Lo mismo sucede desde el lado de la oferta. Cámbiese el acento y la perspectiva, pero el elemento central sigue siendo el mismo. La pregunta a responderse desde la gestión de la empresa o desde el carrito de la compra es ¿qué consecuencias, qué efectos previsibles tiene mi decisión en el sistema?

Si vamos al terreno de la teoría esto enlaza con lo que se trabaja en sociocibernética, que no es otra cosa que una mirada de segundo orden que observa el propio proceso de observación. Dicho con palabras más claras, hemos de ponernos siempre ante el espejo para ver lo que no vemos. Y ojalá que sea un «espejito mágico» donde nunca nos mienta sobre qué estamos haciendo. Los discursos, los análisis, las teorías, las prácticas en materia de Responsabilidad Social Corporativa tendrán que enfrentarse permanentemente ante el mundo que construimos. No queda otra alternativa.